jueves, 25 de febrero de 2010

14.

MENTA

Los árabes rinden a la menta un verdadero culto, y en este punto concreto yo me siento dispuesto a abrazar su religión. Tanto en los zocos como en los admirables palacios de mosaico no se respira más que el aroma sutil y embriagador de esta hierba mágica. Desde el más humilde fellag hasta el más poderoso emir, no hay árabe que no lleve un ramito de menta. Al primero le sirve de antiséptico, aleja las moscas portadoras de gérmenes infecciosos y mantiene apartados a peligrosos microbios gracias a la esencia de que está impregnada, el mentol. Al segundo le sirve, en cierto modo, de ‘mensajero de amistad’ o de amor. Las virtudes afrodisiacas de la menta se han cantado demasiadas veces para que no haya en la alusión un fondo de verdad.
La bella Scherezade, además de contar los maravillosos cuentos de las Mil y una noches al sultán, seguramente salvó la vida gracias a alguna que otra tacita de té de menta servida oportunamente antes del amanecer para amenizar las prodigiosas aventuras de Simbad el Marino y de Aladino.
La menta puede utilizarse de todas las maneras posibles, ya sea, naturalmente, en té o tisanas, mezclada con tila, ya en las salsas (como hacen los ingleses, injustamente criticados por esta ‘manía’), en cócteles (como norteamericanos) y en las ensaladas. Nada más refrescante que los ‘rollitos de primavera’ de los vietnamitas o las ensaladas a la menta de los chinos.
No me extenderé en las características botánicas de las mentas: su perfume único las hace reconocer entre mil. Son primas de la salvia, el tomillo, el serpol, la melisa y otros tantos tesoros de la Naturaleza clasificados en la familia de las labiadas. Existen diversas especies, todas las cuales poseen propiedades análogas, en grados diferentes.
La menta poleo, llamada también poleo real, se conoce en algunas regiones con el nombre de hierba de las pulgas o ‘ahuyentapulgas’, porque aleja a estos indeseables insectos. Se encuentra, especialmente, en los lugares húmedos, en los prados inundados en invierno. Los antiguos griegos y latinos la conocían bien; con ella hacían coronas para todas sus ceremonias; la utilizaban contra mordeduras de serpiente, picaduras de insecto y de escorpión, tos, vómitos, trastornos urinarios de toda clase, vértigos, dolor de cabeza, desfallecimiento sexual y dolores de la menstruación. En la Edad Media, los médicos empezaron a descubrir nuevas propiedades, como tratar las fiebres, estimular el estómago y el intestino, calmar el histerismo y los trastornos visuales, reducir las hinchazones, curar la ictericia y las enfermedades del pecho y aliviar todos los dolores.
La menta verde comprende en realidad varias especies silvestres muy afines, especialmente la menta de espiga y la menta de bosque. En todo el mundo se cultivan, además, otras especies y numerosos híbridos: menta crespa (o rizada), menta acuática, menta de hoja redonda, menta roja, etcétera.
La menta piperita, llamada también menta inglesa, es probablemente el resultado de un cruce de menta acuática y menta verde. Es la que hoy se utiliza principalmente.
Se cultiva en todo el mundo y, probablemente, es la planta aromática más solicitada. ¡Por desgracia para ella y para nosotros! Y es que, para obtener una menta hermosa y abundante, los productores la tratan de diez a doce veces al año. Y acaba convertida en verdadero veneno.*
No hay que preocuparse por lo complejo de la enumeración, pues todas las mentas son útiles y, sea cual fuere la que encuentre en el campo o planten en el jardín, ha de brindarles toda clase de virtudes medicinales. Las mentas son tónicas: devuelven la energía a todos los órganos sin excepción, lo que las hace muy recomendables para los niños, los ancianos y los convalecientes. Pero, en particular, son amigas del corazón y de los nervios (que tonifican y calman gracias a sus propiedades antiespasmódicas). Son también fieles aliadas del sistema digestivo: como estomacales, ayudan al estómago en su trabajo; combaten tanto los calambres como las malas digestiones, aerofagia, hinchazón, pesadez, náuseas y úlceras incipientes; contribuyen a la liberación de gases intestinales y alivian todo el aparato digestivo. Finalmente, coadyuvan a la acción del hígado y del páncreas.
Las propiedades antiespasmódicas de las mentas se revelan óptimas contra los casos de tos, afecciones respiratorias (asma, bronquitis), neuralgias, nerviosismo, insomnio, temblores, angustias, etcétera. Sus propiedades diuréticas y antifebrífugas las hacen recomendables contra todas las enfermedades de origen infeccioso, máxime puesto que estas virtudes van acompañadas de una indiscutible eficacia bactericida y antiséptica. Las mentas son también anestésicas (la sensación de frescor que se experimenta al masticarlas se debe al adormecimiento de las mucosas de la boca): de ahí su importancia, en uso externo, para tratar contusiones, heridas, infecciones, inflamaciones, puntos dolorosos del reumatismo y la gota, etcétera. Los gargarismos de menta actúan eficazmente contra los dolores de encías y de muelas y, por añadidura, purifican el aliento.

Recolección:

Las hojas y, a veces, las flores de la menta se cogen inmediatamente antes de la floración, que puede producirse en épocas diferentes del año, según la especie y la región. Es conveniente vigilar con atención las matas silvestres que destinen a su pequeña farmacia natural. Las hojas se secarán a la sombra. Se conservan sin problemas.
Evidentemente, para tener la seguridad de hacer la recolección en el momento oportuno, lo más sencillo es cultivar la menta en el jardín. Prefiere las tierras bladas, fértiles y relativamente húmedas. La cabeza en la sombra y los pies al fresco: así es como más hermosa está. Para aclimatarla, basta plantar unas cuantas cepas astilladas en primavera o en otoño. Para que prendan es necesario un buen riego; después la menta prosperará sola y hasta demostrará tendencia a invadirlo todo.

Preparación y empleo:

Infusión y decocción: Échense 4 o 5 pulgaradas de hojas y flores secas o frescas en un litro de agua. (Una taza de menta pura por la mañana y una taza de menta y tila por la noche.)
Decocción para gargarismos (contra mal aliento, dolor de muelas y enfermedades de las encías), lociones, compresas, etcétera: 10 pulgaradas de hojas por litro de agua.
Maniluvios y pediluvios: Las mismas proporciones que para la decocción anterior.
Polvo de hojas (uso interno, como tónico de los órganos, en caso de urgencia): una pulgarada después de la comida principal, con leche, miel o con el postre.
Vino de menta (uso externo, contra espasmos internos): hiérvase un litro de vino tinto o blanco en el que se habrá echado un puñado de hojas de menta secas y frótese suavemente el vientre o el pecho con una compresa impregnada en el líquido filtrado.
Alcohol de menta: Adquiérase en una buena herboristería. No olviden que es su mejor arma de intervención inmediata contra vértigos, náuseas, jaquecas y mareos de viaje (automóvil o avión).
Caramelos de menta: Aunque el azúcar que se utiliza para la elaboración de caramelos no sea particularmente saludable (ni para los dientes ni para el estómago ni para el aparato circulatorio, y no digamos para los diabéticos), un caramelo de menta chupado a tiempo puede prevenir pequeñas molestias de todos los días como el dolor de cabeza.

Notas:

-En infusión ligera, la menta calma y adormece el dolor. A grandes dosis (10 pulgaradas por litro) sirve, por el contrario, de tónico nervioso y estimulante digestivo. Calma el dolor de estómago y las crisis de vómitos o aerofagia.
-Para mantenerse en buena forma física, recomiendo la infusión que prescribí a los campeones del Tour de Francia: 6 pulgaradas de menta y 2 pulgaradas de romero por litro de agua.
-Para combatir la impotencia y la frigidez y favorecer la armonía de la pareja, tómese la siguiente infusión: 2 pulgaradas de menta y una pulgarada de ajedrea por taza de agua hirviendo.

*Si no pueden cultivarla por sí mismos, pongan atención en el momento de la compra. En todo caso, conviene saber que el “Laboratoire des Herbes Sauvages de Fleurance” suministra, además de la menta, toda clase de plantas (no tratadas) de sus propias plantaciones.

Maurice Mességué, Mon herbier de santé.

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